sábado, 30 de julio de 2011

CAFÉ ( v.1)

Aquella intensidad ardiente y fresca a la vez, se repetía muchos días un poco después del amanecer, cuando una luz tamizante lo inundaba todo. Nunca supe con certeza porqué a ella le gustaba que hiciéramos el amor sólo por la mañana, con las ventanas de nuestro dormitorio abiertas de par en par. A mí eso me daba cierto pudor, pero mis pensamientos nunca se llegaban a concretar en nada porque su risa contenida y sus manos llenas de caricias me absorbían por completo. Si alguna vez se me ocurrió preguntarle algo después, ella siempre me decía, con una sonrisa calculadamente distraída, que por las mañanas estaba más guapa, mientras se ordenaba un poco el pelo , se colocaba un almohadón a la espalda, cubría sus pechos con la sábana y por supuesto me pedía que le llevara un café a la cama. Yo, como el niño nuevo del barrio que le ha caído en gracia al jefe de la pandilla, me prestaba a sus juegos sin rechistar, sabiéndome a su lado ganador de antemano.

Prefería que experimentásemos cada sentido independientemente, de uno en uno. Una de las cosas que más nos gustaba a los dos era cuando ella repetía una y otra vez los nombres que inventaba para mí, combinándolos con adjetivos que iban incrementando el deseo de ambos. La vez que más me sorprendió fue el día que empezó a pronunciar todos los nombres del revés. Tardé en darme cuenta, pero cuando lo hice y le susurré al oído los suyos de la misma forma, su excitación se disparó de tal manera que perdió el control de la situación y dejó que fuese yo el que lo asumiera. Aunque, al final, sus reglas acababan imponiéndose y cuando se producía algo así, le daba un nombre y acto seguido lo inscribía en ese extraño diccionario que compartíamos. Ese momento vivido ya no podía repetirse más. No, a no ser que uno de los dos dijese la palabra secreta, y para eso… tenía que tener más que un buen motivo.

Pero no siempre era así. Había ocasiones en que era extremadamente dócil, muy vulnerable. Ocasiones en las que yo era capaz de sentir cómo se entregaba a mí sin ningún tipo de condición, sin ningún juego, dejando que mis manos se fundiesen en su piel; que fuese yo quien decidiese cada beso, cada caricia. Al principio llegué a pensar si no sería otro desafío del que tenía que adivinar su estrategia y que lo que quería era incitarme a algún tipo de acción más posesiva, o incluso más violenta, por mi parte. Me estremecía pensar que estuviese sugiriéndome algo así, pero a pesar de que disfrutaba con agrado de mis cautelosas incursiones en ese terreno, me di cuenta de que no se trataba de eso. Creo que simplemente quería que sintiera que en ese momento era absolutamente mía.

Sí, más de una vez me hubiese gustado preguntarle en lo que pensaba cuando me alejaba de su lado para ir en busca de ese café. En alguna ocasión, me quedé al borde de la puerta sin que se diese cuenta, pero luego no me decidía a mirar lo que hacía.
Me  infundía un gran respeto ese momento que claramente no quería compartir conmigo.