jueves, 29 de septiembre de 2011

JUAN Y MARÍA

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El sonido ronco de una moto anunció su llegada. María salió para abrir la cancela por si Juan quería dejarla en el patio, pero él ya la había aparcado en la puerta. No llevaba casco. Total, de su casa a la de ella sólo eran tres calles. A María le gustaba su moto. El día que le conoció estaba tirado en el suelo arreglándola. Le pareció muy divertido con esas gafas de pasta negra y la cara y las manos llenas de tiznones de grasa. Había pasado poco tiempo desde entonces, tan poco que le ponía nerviosa mirarle diréctamente a los ojos.
Se dieron dos besos y entraron en el despacho. Ella se lo había apropiado para estudiar desde que su padre ya no estaba, aunque había preferido no cambiar nada. Todas los noches, retiraba sus cosas y lo dejaba tal cual. Sacó del cajón de la mesa una grabadora pequeña, que él utilizaba para sus clases y en la que ahora, María capturaba las canciones de la radio sin mayor tecnología que la de pulsar el rec cuando alguna le gustaba. Se la dió a Juan.

- ¿Crees que lo puedes hacer así directamente? - dijo.
- Sí, puedo ir traduciendo según leo.
- Te advierto que es un rollo tremendo.
- Bueno, a mi no me importa, ¿empiezo?

Comenzó a llenar el pequeño espacio con las palabras técnicas de ese libro que ella había sacado de la biblioteca del instituto. Un trabajo para subir nota. Una excusa cualquiera para verle. De vez en cuando se le escapaba una expresión en francés y eso, a María, le hacía sonreír.
La voz de Juan quedó grabada durante años junto a aquella canción, hasta que mucho después unas manos pequeñitas la tomaron como un juguete, y convirtieron la cinta que las conservaba como un tesoro, en un ovillo desmadejado.
Porqué en un momento determinado comenzamos a enamorarnos de una persona es algo muy difícil de saber, pero María sintió que lo estaba haciendo en ese mismo instante.