viernes, 26 de agosto de 2011

CRISIS

Con esto de la crisis tengo un nuevo trabajo: conduzco el camión de recogida de residuos sentimentales. Ayer pasé por la puerta de tu casa y no vi ninguna bolsa. Confio en que sea porque tu cubo estaba vacio. Que no tengas el sindrome de Diógenes y menos para esas cosas. Como es un trabajo poco solicitado, te compensan con un día de fiesta cada dos noches y con un turno de mañana de otro reparto: sonrisas calentitas con olor a café recién hecho y dos o tres buenos deseos bien planchados.


Acabo de dejártelos abajo.

Que pases un buen día.




                                                            ( Entrada programada. Estoy de vacaciones nos vemos en septiembre. Besos)

miércoles, 10 de agosto de 2011

CAFÉ ( v.2)

El aroma a café recién hecho con el sonido chisporroteante de la cafetera de fondo, siempre se me había antojado mucho mejor que el de cualquier perfume caro. Y sin duda lo era. Cuando estaba segura de que él ya no me veía, volvía a coger la libreta y leía la palabra recién creada. La leía de izquierda a derecha y de derecha a izquierda imaginando cómo sonaría si alguna otra vez volvía a escucharla o a pronunciarla. En la primera página, un angelito sujetaba otra libreta similar, algo más grande, abierta por su mitad donde se leía mi nombre sobre un exlibris de caligrafía recargada. En cambio, en el centro de la mía, un montón de palabras se mezclaban entre sí como en una sopa de letras esperando ser bordeadas. Y en sus últimas páginas, unas instrucciones muy precisas indicaban lo que había que hacer con ella, en su caso.

Él no sabía que yo llevaba ya mucho tiempo despierta. No sabía que le miraba mientras dormía. Me gustaba mucho mirarle. Amaba ese cuerpo aunque nunca se lo dijera con palabras. Me llenaba de deseo teniéndolo tan cerca y sin tocarlo. Aunque a veces, con mucho sigilo, le rozaba levemente, sólo para provocar que cambiase de postura y seguir observándolo en otra posición. Cuando notaba que empezaba a inquietarse y que se podía despertar, me tendía a su lado y me hacía la dormida dándole la espalda y cubriéndome con las sábanas de la despreocupación, del ingenio y de la seguridad que da esa experiencia de la que me sabía perfectamente la teoría pero que rara vez había experimentado. Todo y nada era un juego. Y aunque él no lo supiera y yo me encargase de ocultarlo, casi todo con él, era por primera vez.