lunes, 9 de mayo de 2011

LA MALA FAMA

Hay lugares donde los deseos que no se cumplen buscan inútilmente una última oportunidad. Lugares donde ya no huele a humo de tabaco pero se respira nostalgia y aroma seco a fracaso.

El Bérgamo podría ser uno de ellos. Es un bar de mi barrio. Un local que pocos conocen. O eso prefiero pensar. Un lugar donde lo que menos te apetece es encontrarte con alguien.

Resucita cada noche en la mitad de una calleja oscura ocupando una nave en el patio trasero de una casa vieja de dos plantas. Entre copa y copa alguna vez lo he imaginado lleno de esculturas de hierro: el taller de un artista viejo de esos a los que la edad les convierte en avaros de sus horas, no vaya a ser que el último tiempo que les queda lo malgasten en saludarnos. Será porque algo de esa implacable premura parece impregnar sus paredes.

Entrar en el Bérgamo es como entrar en un decorado del remake de una película de serie B, y es más que probable que cualquiera que lo haga por primera vez, no pueda menos que pensar que va a llenarse de vampiros a cierta hora de la madrugada. Es posible que no vaya desencaminado.

Pero cuando al cabo del tiempo vuelves a entrar, otra noche cualquiera, ya eres consciente de que lo que estás cruzando son las puertas de la mala fama.

Nadie va allí por casualidad. No es un lugar de citas aunque pudiera serlo, ni siquiera de primeros encuentros clandestinos, es simplemente un sitio con un viejo billar y música aceptable donde tomar una copa, o tantas como para cambiar las prioridades de tus sentidos sin temor a no recordar el camino de vuelta a casa.

El Bérgamo es una ruleta de la fortuna sin preguntas ni respuestas. Su único premio es el de poder entrar y salir, de vez en cuando, de entre las sombras.



Como podéis imaginar ese no es su auténtico nombre;  no me gustaría que nos encontrásemos una noche de estas atravesando esas puertas irreversibles de la mala fama.

Ayer mismo, estuve allí.