viernes, 11 de febrero de 2011

ROSANA













Rosana siempre había oído que se sabe cuando uno ha aprendido un idioma en el momento en que se sueña en él.

Nunca llegó a soñar en inglés cuando sus padres la mandaron un verano a Irlanda. Acababa de cumplir los catorce y entonces sólo soñaba con Miguel, que era de Málaga, y además en sus sueños no hablaban.
Por eso desde hace unos días  no sabe si sentirse contenta o preocupada.
El viernes pasado, después de una larga semana de trabajo, cuando fue a la cocinilla de la oficina a tomarse un zumo, vio la botella de Bourbon que alguien le regaló a su compañero por Navidad. ¿Porqué no? Un dedito para recibir el comienzo del fin de semana.
Le arañó un poco la garganta por la falta de costumbre, pero se fue a casa sintiéndose felizmente transgresora.
A las tres y media de la mañana estaba en el Central Park, sentada en un banco, conversando con gran desparpajo con una señora mayor y en un fluido inglés, inglés americano, por supuesto.
El sábado era el cumpleaños de su amiga Sonia. Cena en su casa y brindis con champán francés para celebrarlo. Esa noche navegaba por el Sena en un Bateau Mouche como guía turística. Sin duda alguna el champán fue excelente porque el domingo participaba en una tertulia literaria en un café de Montmartre. Después vino lo de la grappa y su gran éxito en el Festival de San Remo. Con el sake no se atreve; ni si quiera un dedito, le han dicho que es muy fuerte y además de momento,  no siente ningún interés por Japón.

Hoy vuelve a ser viernes. Recuerda haber visto en el mueble bar de casa  una olvidada botella de ron añejo. Esta noche de media luna le gustaría surcar los Mares del Sur ; ser una Corsaria; una Mujer Pirata en busca de la Isla del Tesoro.
Le da igual en qué idioma.